jueves, 24 de julio de 2014

El alma que aspire a la perfecta unión de Dios, de nada ha de recelar tanto como de este AMOR PROPIO, que se infiltra sutilmente hasta en las cosas más santas.

Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada dìa y sìgame (Lc. 9,23). 

Santo Tomás afirma que EL EGOÍSMO, o amor desordenado de sí mismo, es el origen de TODOS LOS PECADOS... Y lo razona diciendo que todo pecado procede del apetito desordenado de algún bien temporal... Pero esto no sería posible si no amáramos desordenadamente nuestro propio yo, que es para quien buscamos ese bien... De esto se desprende que el desordenado amor de sí mismo, es la causa de todo pecado... De él proceden las tres concupiscencias de que habla el apóstol San Juan (1 Jn 2,16)... LA DE LA CARNE... LA DE LOS OJOS... Y LA SOBERBIA DE LA VIDA... Que son el resumen y compendio de todos los desordenes.
El amor desordenado de sí mismo ha construido, según San Agustín, LA CIUDAD DEL MUNDO FRENTE A LA DE DIOS... Nos ha señalado con esto, la tendencia más perniciosa del AMOR PROPIO... Precisamente por ser la raíz y fuente de todos los pecados, las manifestaciones del amor propio son variadísimas y casi infinitas... Pero ninguna resulta tan perjudicial para la propia santificación, como ese “GLORIARSE DE SÍ MISMO”, que constituye al propio YO, en centro de gravedad alrededor del cual han de girar todas las cosas... Hay almas que se buscan a sí mismas en todo, hasta en las cosas más santas... “En la oración que mantienen o prolongan cuando encuentran en ella suavidad y consuelo... Y la abandonan cuando experimentan desolación o sequedad”.
El alma que aspire a la perfecta unión de Dios, de nada ha de recelar tanto como de este AMOR PROPIO, que se infiltra sutilmente hasta en las cosas más santas... Ha de examinar el verdadero móvil de sus acciones, rectificando continuamente la intención y no poniendo como blanco y fin de todas sus actividades y esfuerzos, mas que la gloria de Dios y el perfecto cumplimiento de su divino beneplácito... Traiga continuamente a su memoria las palabras terminantes del DIVINO MAESTRO, que hacen de la perfecta abnegación de sí mismo, la condición indispensable para seguirle... 

“SI ALGUNO QUIERE VENIR EN POS DE MÍ, NIÉGUESE A SÍ MISMO, TOME SU CRUZ DE CADA DÍA Y SÍGAME”... (Lc 9,23)


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